Que las condiciones de trabajo determinan la vida y la salud de las personas es evidente, pero también es evidente que estas condiciones se distribuyen de manera muy desigual: así el género de las personas determina la relación del binomio trabajo y salud.
Sin embargo, esta realidad ha sido continuamente ignorada por la sociedad, dando lugar a políticas erróneas basadas en una falsa homogeneidad de la población trabajadora, donde la práctica preventiva se construye en base a un modelo de neutralidad en cuanto al género, de tal forma que las cuestiones de salud laboral se abordan desde el punto de vista de un trabajador abstracto cuyo referente implícito es la normalidad del trabajo masculino.
La división sexual del trabajo genera una polarización del empleo femenino que compone un panorama de riesgos y enfermedades diferenciadas como consecuencia de desempeñar distintos trabajos y papeles sociales. Existen, pues, diferencias en cuanto a los riesgos a que se exponen unos y otras, no solo debidas a diferentes ocupaciones y actividades que desarrollan en su trabajo, sino también a otros factores que están relacionados con las propias condiciones laborales (condicionadas muchas veces por aspectos de género).
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