
Hablar de comida rápida o de restauración moderna es sinónimo de precariedad y de unas condiciones de seguridad y salud pésimas e inaceptables, caracterizadas por con contratos precarios, motocicletas muchas veces antiguas y sin mantenimiento adecuado, EPi´s insuficientes, ausencia de formación en materia de seguridad y salud. La organización del trabajo de estas personas que exige más cantidad de trabajo de la que se puede asumir en el tiempo disponible para hacerlo, con jornadas dispares, irregulares turnos de trabajo, sin horario fijo, jornadas y descansos a juicio de la empresa y sueldos de miseria, y donde lo importante es hacer el mayor número de repartos y rápidos. Da igual que haga calor, llueva o nieve, igualmente se les exige llegar a tiempo.
Durante la crisis por el coronavirus, mientras hemos estado en nuestras casas, teletrabajando, o conciliando como se podía, uno de los colectivos que han sido imprescindibles ha sido el de reparto de comida rápida. El reparto a domicilio ha sido para muchas personas la mejor opción, bien porque no podíamos salir o porque se convirtió en una forma de salir de la rutina del hogar durante los días más duros.
Mientras que las empresas cerraban sus establecimientos, el reparto seguía activo y con una alta demanda, haciéndonos conscientes como sociedad que eran trabajadores y trabajadoras que arriesgaban su salud y su vida en los peores momentos.