
Encontrar un empleo siempre es una buena noticia pero no a cualquier precio. Independientemente de las circunstancias que lo rodeen, la seguridad y la salud en el trabajo es un derecho de todos los trabajadores y trabajadoras, evidentemente también de los más jóvenes.
En nuestro país la población joven presenta uno de los peores perfiles laborales de Europa, acumulando factores de precarización; las altas tasas de desempleo, la temporalidad en la contratación, la parcialidad y los bajos salarios sitúan a la juventud en una situación muy precaria que incluso a veces raya con la explotación y que, además, se ha ido normalizando y alargando en el tiempo hasta edades “insoportables”.
La aceptación de la precariedad como un mal menor y el establecimiento de la misma como base de las relaciones laborales encierra la interiorización de toda una filosofía muy negativa e incompatible con la cultura de la prevención de riesgos laborales. Expresiones tan repetidas como «es lo que hay» o «con tu edad qué esperas» han naturalizado ese proceso de precarización, llevando a la población joven a aceptar condiciones de trabajo que deberían ser inaceptables.